y cómo tienen que estar.
Son una marea silenciosa
que va llegando sin pedir permiso.
Poco a poco se van haciendo un hueco,
se colocan y cambian impresiones.
Desenfundan sus armas,
las afinan, se coordinan,
se miran, sonrien...
e irrumpen con su música indignada.
Son la Solfónica.
Orquesta
y coro de ciudadanos
que nos regalan su música
y sus voces
como nueva fórmula
de activismo creativo.
Cantan las quejas, el dolor,
la rabia, la impotencia,
el sufrimiento, los sinsabores,
la miseria, la incomprensión,
el desasosiego, la impotencia...
Tocan con emociones, con ternura, amistad, solidaridad,
con orgullo, con firmeza, con amor.
Pero siempre con alegria.
Saben que sus voces
son nuestras voces
que ponen armonía a la sinrazón.
Sin darnos cuenta
ya están acabando,
su último grito:
un canto a la libertad...
Hermano, aquí mi mano,
será tuya mi frente,
y tu gesto de siempre
caerá sin levantar
huracanes de miedo
ante la libertad.
También será posible
que esa hermosa mañana
ni tú, ni yo, ni el otro
la lleguemos a ver;
pero habrá que forzarla
para que pueda ser...
La calle sube el volumen
de sus lamentos.
Mientras, entre besos, lágrimas y gracias emocionadas
recogen y se dispersan.
El camino de vuelta suena a esperanza...
Habrá un día
en que todos
al levantar la vista,
veremos una tierra
que ponga libertad.
La Solfónica como siempre,
dando la nota.
Si Labordeta levantara la cabeza…
¡A la mierda!
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