Mi amigo Nacho Hevia me manda
éstos deliciosos vídeos.
¿Tan mal me ve?
Yo no le hago caso y me voy por las estrellas…
de chocolate y Cortazar.A mi amiga Ángeles le encanta y me ha enseñado a hacer esta artística tarta que le ha salido bordada.
Para hacerla necesitamos:
Chocolate: Nutella
o un buen chocolate derretido
2 Láminas de hojaldre redondo
1 huevo
almendra laminada
sésamo
Abrimos los paquetes de hojaldre y extendemos una lámina.
Cubrimos de crema de chocolate.
Ponemos encima la otra lámina y sellamos el borde apretándolo con un dedo.
Pasamos el rodillo suavemente para que el chocolate se rerparta por igual
Bates un huevo y con un pincel pintas el hojaldre.
Es mejor sólo la yema.
Con un vaso marcas un círculo en el centro del hojaldre.
que te sirve de guía para dividir la tarta en partes iguales.
Primero en cuatro, ocho, doce, dieciséis.
Ahora coges cada triangulito por abajo y lo giras dos veces, alternando el mismo una vez a la izquierda y otro a la derecha, para que queden encontrados..
y pincelas de nuevo con el huevo que te queda.
Espolvoreas con las almendras y el sésamo
Horneas unos 20´ a 200º
y éste es el resultado.
Buena, bonita y barata.
No se puede pedir más en éstos tiempos.
Una estrella de chocolate y una estrella de Cortazar…
Todo un lujo
Y nada mejor para un ratito de pereza que la lectura.
¿Qué tal si te haces un Cortazar?
Los limpiadores de estrellas:
Esto nació de pasar frente a una ferretería y ver una caja de cartón conteniendo algún objeto misterioso con la siguiente leyenda: STAR WASHERS
Cuando por la noche una
Una literatura capital, la de la Luna, pasó a la nada como barrida por escobas gigantescas; ¿quién recordó desde entonces a Laforgue, Jules Verne, Hokusai, Lugones y Beethoven? El Hombre de la Luna puso su haz en el suelo y se sentó a llorar sobre el Mar de los Humores, largamente. Por desdicha las consecuencias de tamaña transformación sideral no habían sido previstas en el seno de la Sociedad. (¿O lo habían sido y, arrastrado su directorio por el afán de lucro, fingió ignorar el terrible porvenir que aguardaba al universo?)
Esto nació de pasar frente a una ferretería y ver una caja de cartón conteniendo algún objeto misterioso con la siguiente leyenda: STAR WASHERS
las brigadas de limpieza,
provistas de todos los implementos necesarios y muñidas de órdenes efectivas que se apresuraban a llevar a la práctica; tal era, al menos, el lenguaje que empleaba la propaganda de la Sociedad.
provistas de todos los implementos necesarios y muñidas de órdenes efectivas que se apresuraban a llevar a la práctica; tal era, al menos, el lenguaje que empleaba la propaganda de la Sociedad.
En esta forma, bien pronto las estrellas del cielo readquirieron el brillo que el tiempo, los estudios históricos y el humo de los aviones habían empañado. Fue posible iniciar una más legítima clasificación de magnitudes, aunque se comprobó con sorpresa y alegría que todas las estrellas, después de sometidas al proceso de limpieza, pertenecían a las tres primeras. lo que se había tomado antes por insignificancia
-¿quién se preocupa de una estrella al parecer situada a cientos de años-luz?- resultó ser fuego constreñido, a la espera de recobrar su legítima fosforecencia*.
Por cierto, la tarea no era fácil. En los primeros tiempos, sobre todo, el teléfono 50-4765 llamaba continuamente y los directores de la empresa no sabían cómo multiplicar las brigadas y trazarles itinerarios complicados que, partiendo de la Alfa de determinada constelación, llegasen hasta la Kapa en el mismo turno de trabajo, a fin de que un número considerable de estrellas asociadas quedaran simultáneamente limpias.
Por cierto, la tarea no era fácil. En los primeros tiempos, sobre todo, el teléfono 50-4765 llamaba continuamente y los directores de la empresa no sabían cómo multiplicar las brigadas y trazarles itinerarios complicados que, partiendo de la Alfa de determinada constelación, llegasen hasta la Kapa en el mismo turno de trabajo, a fin de que un número considerable de estrellas asociadas quedaran simultáneamente limpias.
Cuando por la noche una
constelación refulgía de manera novedosa, el teléfono era asediado por miríadas estelares incapaces de contener su envidia, dispuestas a todo con tal de equipararse a las ya atendidas por la Sociedad. Fue necesario acudir a subterfugios diversos, tales como recubrir las estrellas ya lavadas con películas diáfanas que sólo al cabo de un tiempo se disolvían revelando su brillo deslumbrador;
o bien aprovechar la época de densas nubes, cuando los astros perdían contacto con la Tierra y les resultaba imposible llamar a la Sociedad en demanda de limpieza. El directorio compró toda idea ingeniosa destinada a mejorar el servicios y abolir envidias entre constelaciones y nebulosas. Estas últimas, que sólo podían acogerse a las ventajas de un cepillado enérgico y un baño de vapor
o bien aprovechar la época de densas nubes, cuando los astros perdían contacto con la Tierra y les resultaba imposible llamar a la Sociedad en demanda de limpieza. El directorio compró toda idea ingeniosa destinada a mejorar el servicios y abolir envidias entre constelaciones y nebulosas. Estas últimas, que sólo podían acogerse a las ventajas de un cepillado enérgico y un baño de vapor
que les quitara las concreciones de la materia, rotaban con melancolía, celosas de las estrellas llegadas ya a su forma esbelta. El directorio de la Sociedad las conformó sin embargo con unos prospectos elegantemente impresos donde se especificaba:
"El cepillado de las nebulosas permite a éstas ofrecer a los ojos del universo la gracia constante de una línea en perpetua mutación, tal como la anhelan poetas y pintores. Toda cosa ya definida equivale al renunciamiento de las otras múltiples formas en que se complace la voluntad divina". A su vez las estrellas no pudieron evitar la congoja que este prospecto les producía, y fue necesario que la Sociedad ofreciera compensatoriamente un abono secular en el que varias limpiezas resultaban gratuitas.
Los estudios astronómicos sufrieron tal crisis que las precarias y provisorias bases de la ciencia precipitaron su estrepitosa bancarrota. Inmensas bibliotecas fueron arrojadas al fuego, y por un tiempo los hombres pudieron dormir en paz sin pensar en la falta de combustible, alarmante ya en aquella época terrestre.
"El cepillado de las nebulosas permite a éstas ofrecer a los ojos del universo la gracia constante de una línea en perpetua mutación, tal como la anhelan poetas y pintores. Toda cosa ya definida equivale al renunciamiento de las otras múltiples formas en que se complace la voluntad divina". A su vez las estrellas no pudieron evitar la congoja que este prospecto les producía, y fue necesario que la Sociedad ofreciera compensatoriamente un abono secular en el que varias limpiezas resultaban gratuitas.
Los estudios astronómicos sufrieron tal crisis que las precarias y provisorias bases de la ciencia precipitaron su estrepitosa bancarrota. Inmensas bibliotecas fueron arrojadas al fuego, y por un tiempo los hombres pudieron dormir en paz sin pensar en la falta de combustible, alarmante ya en aquella época terrestre.
Los nombres de Copérnico, Martín Gil, Galileo, Gaviola y James Jeans fueron borrados de panteones y academias; en su lugar se perfilaron con letras capitales e imperecederas los de aquellos que fundaran la Sociedad. La Poesía sufrió también un quebranto perceptible; himnos al sol, ahora en descrédito, fueron burlonamente desterrados de las antologías; poemas donde se mencionaba a Betelgeuse, Casiopea y Alfa del Centauro, cayeron en estruendoso olvido.
Una literatura capital, la de la Luna, pasó a la nada como barrida por escobas gigantescas; ¿quién recordó desde entonces a Laforgue, Jules Verne, Hokusai, Lugones y Beethoven? El Hombre de la Luna puso su haz en el suelo y se sentó a llorar sobre el Mar de los Humores, largamente. Por desdicha las consecuencias de tamaña transformación sideral no habían sido previstas en el seno de la Sociedad. (¿O lo habían sido y, arrastrado su directorio por el afán de lucro, fingió ignorar el terrible porvenir que aguardaba al universo?)
El plan de trabajo encarado por la empresa se dividía en tres etapas que fueron sucesivamente llevadas a efecto. Ante todo, atender los pedidos espontáneos mediante el teléfono 50-4765. Segundo, enardecer las coqueterías en base a una efectiva propaganda. Tercero, limpiar de buen o mal grado aquellas estrellas indiferentes o modestas.
Esto último, acogido por un clamor en el que alternaban las protestas con las voces de aliento, fue realizado en forma implacable por la Sociedad, ansiosa de que ninguna estrella quedara sin los beneficios de la organización. Durante un tiempo determinado se enviaron las brigadas junto con tropas de asalto y máquinas de sitio hacia aquellas zonas hostiles del cielo. Una tras otra, las constelaciones recobraron su brillo; el teléfono de la Sociedad se cubrió de silencio pero las brigadas, movidas por un impulso ciego, proseguían su labor incesante.
Hasta que solo quedó una estrella por limpiar. Antes de emitir la orden final, el directorio de la Sociedad subió en pleno a las terrazas del rascacielos -denominación justísima- y contempló su obra con orgullo. Todos los hombres de la Tierra comulgaban en ese instante solemne. Ciertamente, jamás se había visto un cielo semejante. Cada estrella era un sol de indescriptible luminosidad. Ya no se hacían preguntas como en los viejos tiempos:
"¿Te parece que es anaranjada, rojiza o amarilla?" Ahora los colores se manifestaban en toda su pureza, las estrellas dobles alternaban sus rayos en matices únicos, y tanto la Luna como el Sol aparecían confundidos en la muchedumbre de estrellas, invisibles, derrotados, deshechos por la triunfal tarea de los limpiadores. Y sólo quedaba un astro por limpiar.
"¿Te parece que es anaranjada, rojiza o amarilla?" Ahora los colores se manifestaban en toda su pureza, las estrellas dobles alternaban sus rayos en matices únicos, y tanto la Luna como el Sol aparecían confundidos en la muchedumbre de estrellas, invisibles, derrotados, deshechos por la triunfal tarea de los limpiadores. Y sólo quedaba un astro por limpiar.
Era Nausicaa, una estrella que muy pocos sabios conocían, perdida allá en su falsa vigésima magnitud. Cuando la brigada cumpliera su labor, el cielo estaría absolutamente limpio. La Sociedad habría triunfado. La Sociedad descendería a los recintos del tiempo, segura de la inmoralidad. La orden fue emitida. Desde sus telescopios, los directores y los pueblos contemplaban con emoción la estrella casi invisible.
Un instante, y también ella se agregaría al concierto luminoso de sus compañeras. Y el cielo sería perfecto, para siempre... Un clamoreo horrible, como el de vidrios raspando un ojo, se enderezó de golpe el el aire abriéndose en una especie de tremendo Igdrasil inesperado.
El directorio de la Sociedad yacía por
El directorio de la Sociedad yacía por
el suelo, apretándose los párpados con las manos crispadas, y en todo el mundo rodaban las gentes contra la tierra, abriéndose camino hacia los sótanos, hacia la tiniebla, cegándose entre ellos con uñas y con espadas para no ver, para no ver, para no ver... La tarea había concluido,
la estrella estaba limpia. pero su luz, incorporándose a la luz de las restantes estrellas acogidas a los beneficios de la Sociedad, sobrepasaba ya las posibilidades de la sombra.
La noche quedó instantáneamente abolida. Todo fue blanco, el espacio blanco, el vacío blanco, los cielos como un lecho que muestra las sábanas, y no hubo más que una blancura total, suma de todas las estrellas limpias...
Antes de morir, uno de los directores de la Sociedad alcanzó a separar un poco los dedos y mirar por entre ellos:
vio el cielo enteramente blanco y las estrellas, todas las estrellas, formando puntos negros. Estaban las constelaciones y las nebulosas: las constelaciones puntos negros; y las nebulosas, nubes de tormenta. Y después el cielo, enteramente blanco.
1942 *En noviembre de 1942, el doctor Fernando H. Dawson (del Observatorio astronómico de la Universidad de La Plata) anunció clamorosamente haber descubierto una "nova" ubicada a 8 h. 9,5 de ascensión recta y 35º 12´ de declinación austral, "siendo la estrella más brillante en la región entre Sirio, Canopus y el horizonte". (La Prensa, 10 de noviembre, pág. 10.) ¡Angélicas criaturas! La verdad es que se trataba del primer ensayo -naturalmente secreto- de la Sociedad.
Cuento escrito en 1942... Los limpiadores de estrellas... Julio Cortazar... "La otra orilla", 1942. © Alfaguara. Cortázar, Cuentos completos.
Sabías qué…
El periodista Juan Cruz le dedica este artículo publicado en en su 100 cumpleaños.
Ulla Montan
El niño de los cien años
26 agosto 2014
Sabías qué…
Julio Florencio Cortázar , Ixelles, Región de Bruselas, 26 de agosto de 1914 - París, 12 de febrero de 1984... fue un escritor, traductor e intelectual de nacionalidad argentina. Optó por la nacionalidad francesa en 1981, en protesta contra el gobierno militar argentino.
Se lo considera uno de los autores más innovadores y originales de su tiempo, maestro del relato corto, la prosa poética y la narración breve en general, y creador de importantes novelas que inauguraron una nueva forma de hacer literatura en el mundo hispano, rompiendo los moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal. Debido a que los contenidos de su obra transitan en la frontera entre lo real y lo fantástico, suele ser puesto en relación con el realismo mágico e incluso con el surrealismo.
Vivió casi toda su vida en Argentina y buena parte en Europa. Residió en Italia, España, Suiza y París, ciudad donde se estableció en 1951 y en la que ambientó algunas de sus obras.
Además de su obra como escritor, fue también un reconocido traductor, oficio que desempeñó, entre otros, para la Unesco.
Julio Cortázar y su gato en 1982.
Ulla Montan
El niño de los cien años
26 agosto 2014
El niño. Le dijo a Elena Poniatowska,
en una de las cuatro entrevistas que tuvieron, que se sintió mal de
niño: “Sí, yo creo que fui un animalito metafísico desde los seis o
siete años. Recuerdo muy bien que mi madre y mis tías —mi padre nos dejó
muy pequeños a mi hermana y a mi—, en fin, la gente que me veía crecer,
se inquietaba por mi distracción o ensoñación. Yo estaba perpetuamente
en las nubes. La realidad que me rodeaba no tenía interés para mi. Yo
veía los huecos, digamos, el espacio que hay entre dos sillas, si puedo
usar esa imagen. Y por eso, desde muy niño, me atrajo la literatura
fantástica”.
La gente. Su primer libro importante, o ambicioso, Los premios
(1960), está lleno de gente que se va en un barco, de Buenos Aires a
Europa. Gente vulgar, todo tipo de gente. Tiene esta admonición de Dostoievski,
nada más empezar: “¿Qué hace un autor con la gente vulgar,
absolutamente vulgar, cómo ponerla ante sus lectores y cómo volverla
interesante? Es imposible dejarla siempre fuera de la ficción, pues la
gente vulgar es en todos los momentos la llave y el punto esencial en la
cadena de asuntos humanos; si la suprimimos se pierde toda probabilidad
de verdad”. Para sintetizar a Dostoievski, así empieza Los premios:
“La marquesa salió a las cinco —pensó Carlos López—. ¿Dónde diablos he
leído eso?”. Estaban en el London, la cafetería de Buenos Aires, en Perú
y Avenida, y a partir de esa pregunta en la que intervienen los
diablos, esa gente empieza a desvariar. El resultado es la locura, que
es la razón envuelta en el misterio.
La noche. Ese desvarío de Cortázar y de su gente de ficción alcanza su cima en Rayuela
(1964), que fue leída (que es leída) como un breviario de la soledad y
la noche, un monumento literario al amor, a la extrañeza y al tiempo. Lo
preside el juego, pues Cortázar quiere que lo leas como te dé la gana,
pero si le quitas a esta inmensa cebolla literaria toda esa pasión
lúdica que se le atribuye a Julio lo verás solo, despojado, hablando
solo y de noche, en París pero también en Buenos Aires. Como si Rayuela
hubiera sido escrita ante el espejo de un hombre solitario que convoca
(como dice Dostoievski) a muchísima gente que, en este caso, se pregunta
cuánto durará un niño. El niño se llama Rocamadour; los lectores de Rayuela
solíamos vernos en esa criatura indefensa. Y en el niño no era difícil
ver también la metáfora que Cortázar le atribuía a la infancia.
Momias. La recepción de Rayuela asombró a Cortázar, a su editor (y amigo) Paco Porrúa, porque entonces (son palabras de Juan Carlos Onetti) por el mundo literario había (no se han marchado) “infinitas momias”. Cuando Félix Grande
le dedicó a Julio un número especial de Cuadernos Hispanoamericanos
(octubre-diciembre de 1980) Onetti se lo dijo en una carta: “(… sin
previo aviso, apareció Rayuela. Ahí Cortázar se descolocaba y
colocaba. Se descolocaba de la tradición novelística de nuestros países,
aceptada o robada de lo que se escribía en España o Francia. Su actitud
resultó escandalosa para infinitas momias, rechazo que no lo conmovió
porque deliberadamente se trataba de provocarlo”. Quien no se asombró
fue Luis Harss, el gran escritor argentino que provocó (con Los nuestros) el conocimiento de todos los que, alrededor de Cortázar, hicieron boom.
Jóvenes. Seguía Onetti con su entusiasmo secreto y
veterano: “Y el autor se colocaba, sin buscarlo, sin buscar nada más o
menos que un entendimiento consigo mismo, al frente de una juventud
ansiosa de apartar de sí tantos plomos, de respirar un poco más de
oxígeno, de entregarse con felicidad a la zona lúdica y sin respuesta
satisfactoria de su propia personalidad”. Esos jóvenes se pusieron en
fila entonces. Pero luego, treinta años después, cuando Cortázar volvió a
reinar en las librerías españolas, tras un interregno que inauguró su
muerte (en 1984), otros jóvenes dieron varias veces la vuelta a la
Fundación March de Madrid para escuchar jazz y palabras en honor de
Julio Cortázar; para ese acontecimiento vino su viuda, Aurora Bernárdez,
y el pintor Eduardo Arroyo dibujó el capítulo 7 de Rayuela,
que fue como un banderín de enganche de la ternura que hay dentro de
ese libro de gente perdida en la noche. Ahora de esto hace veinte años, y
Rayuela sigue como el papel fresco.
Usted. El editor que creyó en él, que lo condujo,
fue Paco Porrúa, que desde hace rato vive en Barcelona. Estaban
trabajando en la revisión de Los premios, era marzo de 1960, y
él trataba a su editor todavía de usted. Y casi jugando llega a otro
libro, que le ofrece. “Hace un par de semanas terminé la revisión de Los premios,
que mandé ya a Sudamericana. Me acordé entonces de lo que me había
dicho usted sobre los cronopios, y me puse a buscar esos papeles que
andaban bastante desparramados por toda la casa, como corresponde a
cosas de cronopios. Pero finalmente aparecieron, algunos salpicados de
sopa y otros con evidentes huellas de taco de goma (…) Ahora que junté
todos esos pequeños textos, y los estuvimos leyendo y criticando con
Aurora, tengo la impresión de que no se excluyen de ninguna manera,
aunque reflejan distintas épocas e intenciones. (…) Si sigue usted con
ganas de publicar esas cosas, será cuestión de que primero me escriba
diciendo con su franqueza habitual (y que es la razón (una de las
razones) de mi simpatía por usted) los méritos y deméritos del
bicharraco”.
Risa. Así se iban haciendo los libros; ante Plinio
Apuleyo Mendoza (el escritor colombiano) se asombraba en París, cuando
ya tenía 64 años y seguía pareciendo un niño de dientes separados, de la
cantidad de libros que había publicado; tenía la certeza, decía, de que
eso debía constituir un error, “no son míos”. Los iba haciendo así,
como si fueran bicharracos pintados desde dentro pero con risa. Así hizo
La vuelta al día en ochenta mundos (1967); con la ayuda de su
amigo el pintor Julio Silva (que hizo la portada, los interiores) no
sólo lo escribió sino que lo construyó, como quien dibuja una rayuela.
Todo lo que tocaba o recortaba, todo lo que veía viajando o sentado,
todo lo que le inspiraba el exterior, se convirtió en literatura. Como
si el niño que siempre fue le llevara la mano y le hiciera recortables.
Así hizo también, con las fotos tremendas de Antonio Gálvez, Prosa del observatorio(1972).
En esos dos libros están sus descubrimientos y la gente, miradas para
que permanecieran aún siendo vulgares, o extraordinarias.
Fin. El fin vino después de varias tristezas, la muerte de Carol Dunlop, su propia enfermedad. Mario Muchnik,
su amigo y editor, lo invitó a su molino de Segovia. Cortázar podía ser
circunspecto o alegre, pero en ambas actitudes conservaba la mirada del
niño que fue, asustado o curioso. Aquí, sin embargo, en su último viaje
español, su mirada era esencialmente la de la tristeza. Muchnik lo
retrató en una fotografía inolvidable en la que Julio aparece
escribiendo sin decir cómo le habían sobrevenido el tiempo con su noche.
Aquel niño que fue siguió con él, un animalito metafísico buscando el
hueco.
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