En
el Imperio que creció a orillas del Nilo, era frecuente hombres con la
cabeza totalmente rasurada; no así los sacerdotes y los miembros de las
elites gobernantes. Estos se desmarcaban con un símbolo de distinción
entre la plebe, esclavos y súbditos con diferentes peinados, colores,
pelucas de pelo lacio y cabello natural, así como, valiosos tocados de
oro y piedras preciosas. En esta época se comienza a hablar ya de los
pigmentos de origen vegetal para el cabello. El descubrimiento de las
propiedades colorantes de la hena dio a las féminas la posibilidad de
obtener en sus cabellos colores rojizos y caobas.
Gracias al avance en las comunicaciones (marítimas y terrestres del
mundo egipcio) y a los constantes conflictos, las costumbres se
propagaron más rápido por el Mediterráneo. Así por ejemplo, el mundo
griego, impregnado de sabidurías de oriente y occidente, entre lo
terrenal y lo divino, creó un culto al cuerpo propagado y alimentado de
leyendas e ideales de belleza. Los peinados tenían muchos detalles, de
los que tenemos referencia gracias a las esculturas. Estas nos muestran
mechones cortos que rodeaban la frente, melenas largas recogidas y a
diferencia de los egipcios, mucho movimiento expresado a través de la
ondulación del cabello.
Es en la sociedad helena donde aparecen por primera vez las academias de
peluquerías regentadas por esclavos que adornaban, engalanaban y
embellecían las filosófales cabezas de los griegos (ciudadanos).
Será Roma la heredera directa de los gustos y aficiones griegos. Así,
también adoptó el concepto de la belleza física y, por ende, la
preocupación por observar la belleza de sus cabellos. Una grata sorpresa
para las mujeres romanas sucedió cuando vieron a las cautivas que trajo
Julio César de las Galias, que lucían unos hermosos cabellos rubios, a
los que quisieron imitar. Es este el origen del gusto por la belleza
nórdica, es partir de este momento cuando se realizaron pruebas para
aclarar el tono del pelo, predominando el compuesto de sebo de cabra y
ceniza de haya, pese a que no resultaba demasiado saludable para el
castigado cabello.
Los peinados fueron variando, teniendo en cuenta la larga duración del
imperio romano y la influencia que fue recibiendo del contacto con los
diferentes pueblos que iban conquistando. Podemos hablar de los más
habituales como el cabello rodeando la cabeza, la melena con rulos y el
cabello recogido y trenzado.
Tras la caída del Imperio Romano, comienzan dos períodos antagónicos: la
Edad Media, una era en la que las libertades limitaban la expresión del
ser, y el Renacimiento, donde el hombre encontró un espacio más abierto
para pensar y crear. El Cristianismo comienza a imponerse en los
diferentes estados, triunfando la austeridad por encima de la
coquetería.
Poco avanzó durante la Edad Media, época de cruzadas y oscuridad
artística, lo que sería, mas tarde, la poderosa industria de la belleza.
Como la actitud era muy recatada, las mujeres se limitaban a usar sus
cabellos con una sencilla raya al medio. Usaban trenzas -muchas veces
postizas- que rodeaban sus cabezas. No se buscaba demasiado el cambio en
el color del pelo porque no era muy bien visto. Además, existía la
costumbre de usar túnicas que cubrieran totalmente la cabeza, lo que
también impidió un desarrollo considerable de la peluquería en esa
época.
En
la historia de la peluquería, es en el Renacimiento, cuando las
femeninas comienzan a ser el centro de la creatividad de los peluqueros
que descubren la posibilidad de realizar peinados mucho más
sofisticados, aplicando numerosos accesorios: redecillas, coronas,
trenzas postizas, joyas entrelazadas.
Es a principios del XVI cuando se puede hablar de una moda bastante
extendida por Europa, y que es impuesta por las venecianas: el gusto por
el pelo rojo, se extiende sorprendentemente fuera de Italia. Para
conseguir ese tono se realizaban mezclas de sulfuro negro, miel y
alumbre. Luego, los cabellos eran expuestos al sol para que actuara la
mezcla sobre los mismos.
Siglos
más tardes, París es el centro de todos los gustos y estilos de
belleza. Las exigencias de los hombres y mujeres franceses son tan
grandes con sus peinados, que en esta época, el arte de la peluquería
adquiere un gran impulso. Se imponen las famosas pelucas blancas, que
iban acompañadas de accesorios complicadísimos que incluían hasta
maquetas, difíciles de transportar a la hora de trasladarse de un lugar a
otro. Con una mezcla de talco y almidón, estas pelucas se empolvaban
para que lucieran lo más blancas posibles, y para enrularlas, los
peluqueros enrollaban sus mechas en cilindros que calentaban en hornos
de panadería. Así nace la permanente en caliente. Este método no se
podía utilizar en el cabello natural, que quedaba oculto bajo esos
postizos inseparables
Tras la revolución, se escoge el pelo al natural y la sociedad francesa
se declina por la sencillez del corte y la belleza interna.. Pero surge
algo que conmocionará, también, a la peluquería y es el agua oxigenada
(1867), mucho menos agresiva de lo que se venía usando desde los
antiguos griegos. Es en esta época cuando los peluqueros incrementan las
visitas a domicilio como forma de trabajo.
Pero sin duda, será en el siglo XX cuando más se innovará en el mundo de la peluquería. Cada década tendrá su estilo.